domingo, 6 de julio de 2014

Crónicas camineras cap4

Hoy parto con pena por dejar atrás a la familia zaragozana con la que compartí la tarde de ayer, pero así es el camino, como la vida misma en la que unos vienen y otros se van.
La noche se diluye y el amanecer me sorprende entre viñedos, marcho solo, lo cual agradezco pues me siento más en sintonia con el camino. Marcho hasta llegar a las afueras de najera donde me detengo para compartir unas gominolas con una pareja de mastines que guardan una empresa, les doy las gominolas a través de la reja y sonrio al contemplar como les cuesta comérselas,me despido de ellos y vuelvo a comer el paso, al instante noto la presión de las ampollas en la planta de mis pies. Aprovecho para tomar un café a la entrada del pueblo y me aprieto las zapatillas con la vana esperanza de dejar de sentir el dolor.
Prosigo mi camino, atravieso najera con los restos de la juerga vivida durante la noche y me entristece ver como en un coche unos jóvenes fuman cocaína en plata....en fin, la tristeza dura poco, puesto que en la cuesta que abandona el pueblo un hombre me dice que a donde voy tan rápido, aflojo el paso y aprovecho para hidratarme y comer algo mientras conversamos y resulta que somos compañeros, yo trabajo en los montes en el que una vez trabajo el. Es increíble lo rápido que pasa el tiempo cuando uno está a gusto, aprovecho una bajada que me ofrece el camino y nos despedimos con la esperanza de volvernos a encontrar.
Marcho entre campos dorados de cereal, el camino se perfila perfectamente debido al color rojo del suelo arcilloso y a lo lejos veo la cuesta que lleva al último pueblo antes de santo domingo de la calzada. Paso el pueblo con las piernas ya fatigadas,  quedan 5 kilómetros y dos son de bajada, vamos queda poco me digo, recorro los últimos metros con las pocas fuerzas que me quedan.
Ahora solo quiero descansar.

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